sábado, 5 de septiembre de 2009

¿TODO TIENE UNA EXPLICACIÓN?

Jack Swimmer, propietario de una fábrica de pinturas, predijo con exactitud el número de votos que darían la victoria a Dwight D. Eisenhower en las elecciones presidenciales norteamericanos de 1952. En 1956 repitió su hazaña, esta vez entregando antes una copia de su predicción a la policía, que actuó como testigo. De nuevo acertó. Nadie ha logrado averiguar cómo lo hizo.

El 3 de marzo de 1876, numerosos periodistas norteamericanos se desplazaron a Bath Country, en Kentucky, para presenciar un acontecimiento sin parangón: pedazos de una sustancia que recordaba a la carne de vaca cayeron del cielo sobre Olympian Springs. Ningún químico pudo averiguar de qué sustancia se trataba.

El 17 de diciembre de 1904, el periódico londinense Daily News publicaba un posible caso de antorcha humana. La señora Cochrane, vecina de un pueblo llamado Falkirk, fue encontrada muerta en su habitación llena de quemaduras, pero la casa no presentaba apenas indicios de fuego, aunque el cuerpo carbonizado apareció sentado en una silla y rodeado de cojines. La policía no llegó a esclarecer el caso.

En la obra del médico danés Bartholino De insolitis partus humani viis, publicada en 1664, se narra la expulsión por la boca de un bebé por parte de una sirvienta española.

El término platillo volante lo acuñó en 1947 un piloto civil llamado Kenneth Arnold, que tuvo un encuentro cercano con un ovni. Al describirlo más tarde, declaró que era “como un plato pasando a ras de agua”. De ahí a que la prensa adoptara el término, no hubo más que un paso.

El cómico norteamericano Bob Hope preguntó a una medium si sería capaz de averiguar el número de golpes que hizo en el campo de golf aquella mañana, pero se guardó bien de decirle con quién había estado jugando. “Usted hizo 92 golpes”, contestó la medium, Jeane Dixon, para añadir acto seguido: “Y el presidente Eisenhower, 96”.

En enero de 1972 cayó del cielo una bola de hielo de un metro cúbico en las proximidades de una casa en Surrey, Inglaterra.

En 1977, un pesquero japonés, el Zuiyo Maru, enganchó en sus redes el cadáver
semidescompuesto de un extraño monstruo marino, de unos 15 metros de largo. Lo izaron a cubierta, y tomaron numerosas fotografías en color del mismo. Pero el capitán ordenó arrojarlo de nuevo al agua, temiendo que contaminara la carga. Los investigadores sólo contaron, pues, con las fotografías. Éstas, auténticas y de buena calidad, muestran un ser que hasta ahora no ha podido ser identificado positivamente por ningún científico.

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