sábado, 5 de septiembre de 2009

PERSONAJES FAMOSOS... Y OTROS QUE NO LO FUERON TANTO

Paro celebrar la inauguración del nuevo templo, el rajá Nara Narayana, de Assam, India, sacrificó 140 hombres y les cortó la cabeza. Éstas fueron depositadas en bandejas de cobre, porque no había suficientes de oro, para ofrecérselas a la diosa madre Kali. El incidente ocurrió en 1565. Pero aquí no acaba la cosa. Tal era la afición de estas gentes por las cabezas, que las muchachas no aceptaban casarse con ningún hombre que no hubiera logrado arrancarle la cabeza de cuajo a una joven de una aldea vecina.

Durante su juventud, el astrónomo danés Tycho Brahe se batió en duelo con un compañero de estudios, que le cortó la nariz casi por completo. Brahe llevó una postiza durante el resto de su vida, fabricada en plata y oro.

En 1726, el escritor irlandés Jonathan Swift describía en su famosa obra Los viajes de Gulliver, “dos estrellas menores o satélites, que giran alrededor de Marte”, incluso con sus proporciones y sus órbitas. Más de siglo y medio después, en 1877, las dos lunas de Marte, Fobos y Deimos, fueron descubiertas oficialmente por el astrónomo Asaph Hall.

Louise May Alcott, autora de Mujercitas, odiaba a los niños. Escribió su famosa obra sólo por
dinero.

La condesa húngara Erzsébet Bathory (1560-1614) asesinó a lo largo de su vida a 650 doncellas, tras lo cual les sacaba la sangre y se bañaba en ella. De este modo creía poder conservar su belleza y juventud para siempre. Ha pasado a la historia como La condesa sangrienta.

En la Roma de Julio César, Marco Licinio Craso era el hombre más rico de la ciudad, debido en gran parte al alquiler inmobiliario. Organizó el primer servicio contra incendios de Roma... y para que sus bomberos tuviesen asegurado el trabajo, creó la brigada de incendiarios.

George Eastman, fundador de la empresa Kodak, odiaba que le hicieran fotografías.

Sigmund Freud era un fumador empedernido, que consumía entre quince y veinte puros al día. A los 67 años contrajo un cáncer de mandíbula, pero siguió fumando. En sus últimos 16 años de vida, fue intervenido 31 veces. Murió en 1939 cuando, su médico, a petición suyo, le inyectó una dosis fatal de morfina.

Tras las atrocidades cometidas por Iván el Terrible, parece ser que este sanguinario zar tenía crisis periódicas de arrepentimiento, durante las cuales rezaba en la Iglesia durante horas, arrodillado frente al altar, y golpeando las losas con la frente con tanta fuerza que se provocaba sangrientas heridas.

El violinista Jean-Baptiste Lully fue el músico más destacado en la corte de Luis XIV de Francia. En 1687, mientras dirigía la orquesta de palacio, marcaba el compás en el suelo con un bastón -la batuta aún no se había inventado-. Durante la ejecución se hirió con la punto del bastón en un dedo, pero renunció a que los médicos lo examinaran. La herida se gangrenó, y acabó matándole.

La noche anterior al domingo de Pascua de 1920, el fisiólogo austriaco Otto Loewi se despertó alterado de un sueño, con una idea que apuntó en un papel. Por la mañana fue incapaz de descifrar lo que había escrito. A la noche siguiente el sueño se repitió. De un salto, Loewi abandonó la cama y fue corriendo a su laboratorio para realizar un extraño y absurdo experimento con el nervio vago del corazón de varios ranas. Esa noche descubrió una sustancia de gran importancia en biología, el neurotransmisor acetilcolina.

A sus 97 años de edad, David Roth, experto en temas de memoria, era capaz de calcular el día de la semana de cualquier fecha comprendida entre los años 1752 y 3000, y se sabía de carrerilla los teléfonos de los 600 miembros de su Rotary Club.

En el año 840 un eclipse lunar asustó tanto al emperador Luis de Baviera, que murió de terror.

Uno de los misterios que envuelve a Leonardo da Vinci es cómo se las ingenió para ser un excelente y prolífico artista, arquitecto, escultor, inventor... Parece ser, como asegura el investigador Claudio Stampi, del Institute for Circadian Physiology de Boston, EE UU, que el secreto de su desbordada capacidad creativa proviene de la extraña forma en que dormía. Leonardo se echaba una cabezada de 15 minutos cada cuatro horas; es decir, dormía una hora y media al día.

El famoso Rey Sol, Luis XIV de Francia, sólo se bañó dos veces en su vida.

En su juventud, Julio César cayó víctima de los piratas cilicios, que pidieron por él un rescate de 20 talentos. El César, indignado por el poco valor que los bandidos habían dado a su vida, subió la cifra a 50 talentos, dinero que su familia reunió con grandes dificultades. Una vez hecha la entrega, el César consiguió recuperar el dinero.

Si un copista transcribiera toda la obra de Mozart, emplearía 25 años, trabajando diez horas diarias.

El banquete del Toisón de Oro que se ofreció a Carlos V en Barcelona, en 1591, consistió en 72 platos, y duró dos días.

Los conocimientos médicos de Shakespeare eran más que notables, según un informe publicado por la revista New Scientist y firmado por Lance Fogen. En un repaso minucioso a su obra, Fogen ha encontrado que el poeta de Stratford-on-Avon conocía la anatomía ocular, la estructura del cerebro, los efectos del alcohol, los síntomas de la sífilis, y un largo etcétera.

El norteamericano Robert Hagg se ha convertido en la primera persona en el mundo arrestada por contrabando de meteoritos. Hace unos meses, Hagg se hizo en Argentina con una roca galáctica de 37 toneladas, por la que pagó unos 4 millones de pesetas. Cuando se disponía a sacar del país el meteorito, fue detenido por la policía, y se le confiscó la mercancía.

Al rey Ismail de Marruecos, que vivió en el siglo XVIII, se le atribuyen 1.056 hijos.

El famoso carnicero de Hannover, que consumó una treintena de homicidios, descuartizó los cadáveres y vendió la carne en el mercado negro durante la crisis económica. Tras el juicio, y antes de ser decapitado en 1925, expresó como último deseo que en su tumba apareciera el siguiente epígrafe: “Aquí descansa el Exterminador”.

Roy Sullivan, guardabosques norteamericano, fue alcanzado por rayos siete veces a lo largo de su vida. Ninguno de ellos logró matarle: Sullivan murió pegándose un tiro en 1983.

Dieciséis años después de la muerte de Descartes en Estocolmo, el cadáver fue exhumado a petición de sus amigos y trasladado a París, excepto el dedo índice derecho, que se lo quedó el embajador de Francia. Este alegó que “quería poseer el dedo que había escrito las palabras Cogito, ergo sum.” En el viaje, un capitán de la guardia sueca sustituyó el cráneo del filósofo por el de otro difunto. El cráneo verdadero fue decorando las vitrinas de una serie de coleccionistas, hasta que cayó en manos del químico sueco Berzelius, quien se lo ofreció definitivamente al naturalista francés Cuvier.

El verdadero conde Drácula fue un noble rumano, Vlad IV de Valaquia, que gobernó su país en el siglo XV. Su tremenda crueldad y su gusto por la tortura le valieron el sobrenombre de Drácula, que significa hijo del diablo. En el siglo XX, apareció un ciudadano rumano que probó ser descendiente directo del conde Vlad. Trabajaba en un banco de sangre.

Cuando la edad volvió los dedos de Renoir demasiado artríticos para seguir pintando, hacía que alguien le atara el pincel a la mano.

Leon Tolstoi reescribió Guerra y Paz siete veces.

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