domingo, 13 de septiembre de 2009

Voltaire - Historia de un buen brahma

En mis viajes encontré un brahma anciano, sujeto muy cuerdo, instruído y discreto,
y con esto rico, cosa que le hacía más cuerdo; porque como no le faltaba nada, no
necesitaba engañar a nadie. Gobernaban su familia tres mujeres muy hermosas, cuyo
esposo era; y cuando no se recreaba con sus mujeres, se ocupaba en filosofar. Vivía
junto a su casa, que era hermosa, bien alhajada y con amenos jardines, una india vieja,
tonta y muy pobre.
Díjome un día: Quisiera no haber nacido. Preguntéle porqué, y me respondió:
- Cuarenta años ha que estoy estudiando, y los cuarenta los he perdido; enseño a los
demás y lo ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no
puedo aguantar la vida; he nacido, vivo en el tiempo, y no sé qué cosa es el tiempo; me
hallo en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de
la eternidad; consto de materia, pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente
del pensamiento; ignoro si es mi entendimiento una mera facultad, como la de andar y
digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo que palpo con mis manos. No solamente
ignoro el principio de mis pensamientos, también se me esconde igualmente el de mis
movimientos; no sé porqué existo, y no obstante todos los días me hacen preguntas
sobre todos estos puntos; y como tengo que responder con precisión y no sé que decir,
hablo mucho, y después de haber hablado me quedo avergonzado y confuso de mí
mismo. Peor es todavía cuando me preguntan si Dios es eterno. A Dios lo pongo por
testigo de que no lo sé, y bien se echa de ver en mis respuestas. Reverendo Padre, me
dicen, explicadme cómo el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como
los que me hacen esta pregunta: unas veces les digo que todo está perfectísimo; pero los
que han perdido su patrimonio y sus miembros en la guerra no lo quieren creer ni yo
tampoco, y me vuelvo a mi casa abrumado por mi curiosidad e ignorancia. Leo nuestros
libros antiguos, y me ofuscan más las tinieblas. Hablo con mis compañeros: unos me
aconsejan que disfrute de la vida y me ría de la gente; otros creen que saben algo y se
descarrían en sus desatinos, y todo la angustia que padezco. Muchas veces estoy a pique
de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones, no sé ni de
donde vengo, ni qué soy, ni adónde iré, ni qué ser.
Causóme lástima de veras el estado de este buen hombre, que era el más racional, y
me convencí de que era más desdichado el que más entendimiento tenía y era más
sensible.
Aquel mismo día visité a la vieja vecina suya, y le pregunté si se había
apesadumbrado alguna vez por no saber qué era su alma, y ni siquiera entendió mi
pregunta. Ni un instante en toda su vida había reflexionado en alguno de los puntos que
tanto atormentaban al buen brahma; creía con toda su alma en Dios y se tenía por la más
dichosa mujer, con tal que de cuando en cuando tuviese agua para bañarse.
Atónito de la felicidad de esta pobre mujer, me volví a ver a mi filósofo y le dije:
- ¿No tenéis vergüenza de vuestra desdicha, cuando a la puerta de vuestra casa hay
una vieja autómata que en nada piensa y vive contentísima?
- Razón tenéis –me respondió-, y cien veces he dicho para mí que sería muy feliz si
fuera tan tonto como mi vecina; más no quiero gozar semejante felicidad.
Más golpe me dio esta respuesta del buen hombre que todo cuanto primero me
había dicho; y examinándome a mí mismo, ví que efectivamente no quisiera yo ser feliz
a cambio de ser un majadero.
Se propuso el caso a varios filósofos, y todos fueron de mi parecer. No obstante,
decía yo para mí, rara contradicción es pensar así, porque al cabo lo que importa es ser
feliz, y nada monta tener entendimiento o ser necio. También digo: los que viven
satisfechos con su suerte, bien ciertos están de que viven satisfechos; y los que
discurren, no lo están de que discurren bien. Entonces, es claro que debiera escoger uno
no tener migaja de razón , si en algo contribuye la razón a nuestra infelicidad. Todos
fueron de mi mismo parecer, pero ninguno quiso entrar en el ajuste de volverse tonto
por vivir contento.
De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, más aprecio hacemos
todavía de la razón. Y reflexionándolo bien, parece que preferir la razón a la felicidad,
es garrafal desatino. ¿Pues, cómo hemos de explicar esta contradicción? Lo mismo que
todas las demás, y sería el cuento de nunca acabar.

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